Por: Estheiman Amaya Solano
Aquella reunión con un alto mando de inteligencia militar guatemalteco me parecía una conversación casual sobre temas generales de la situación política de Guatemala y los problemas de seguridad que afronta. Fue el tema del interés de Colombia por dar asesoría a Guatemala en materia de seguridad lo que me hizo empezar a atar cabos.
Colombia es el principal aliado militar de los Estados Unidos, el país que recibe más asistencia militar en el mundo, después de Irak, con un reciente triunfo electoral que le da continuismo a la línea belicista de Álvaro Uribe Vélez y consolida la presencia norteamericana en el corazón de América. La política exterior de Colombia está inexorablemente ligada a la voluntad de Washington y sus movimientos no pueden ser ajenos a los intereses geoestratégicos de la principal potencia del mundo.
Si a este interés de Colombia por consolidar las alianzas y la cooperación militar en Centroamérica le sumamos los recientes acuerdos de cooperación en materia de vigilancia del Espacio marítimo de Estados Unidos con Costa Rica, la redefinición su presencia militar en Panamá, Honduras, Perú y Guyana, vecinos todos de los socios de La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, ALBA, además del plato fuerte de las siete nuevas bases militares que Uribe les cedió con tanta diligencia, podríamos estar viendo la elaboración de un mapa de operaciones militares en América Latina.
En efecto, si Colombia generase un conflicto armado con Venezuela, acusándola por ejemplo de albergar en su territorio campamentos guerrilleros, sea cierto esto o no, y aplicara los principios de la guerra preventiva tan de moda en la administración Bush e inspiradora del ataque armado de Colombia a Ecuador, los Estados Unidos se verían “obligados” a intervenir para ayudar a su aliado y de paso librarse de un incómodo coronel que gobierna a uno de los países más ricos en petróleo del mundo. Un petróleo que, como sucedía en Irak antes de la invasión, ahora no tiene bajo su control.
Empiezo a ver como ante la Organización de Estados Americanos, OEA, se ha lanzado la primera piedra, la acusación de Colombia fue directa y el llamado nombrar una comisión verificadora me recuerda el triste papel de los verificadores que visitaron a Irak para encontrar las inexistentes armas de destrucción masiva, poco antes de una guerra decidida con anterioridad por el Pentágono para derrocar a Sadan Hussein.
El triunfo del derechista Juan Manuel Santos en Colombia, curiosamente contra todas las predicciones de las encuestas que auguraban el fin del reinado Uribista, aunque cuestionado por diferentes sectores políticos en Colombia que acusan un fraude electoral, constituye un paso más en la estrategia para el sometimiento de Venezuela y el fin de la Revolución Bolivariana proclamada por Chávez.
Espero equivocarme y que las escaramuzas que se dan en la OEA sean sólo un nuevo episodio anecdótico en las turbulentas relaciones de dos países hermanos y no la punta del iceberg que esconde el virulento y monstruoso interés de la potencia del norte de generar una nueva conflagración militar en “Nuestramérica”.
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